La Primera vez que conocí a Martí

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Martí
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Apenas era un niño cuando conocí a Martí. Mi abuela llegó una tarde del trabajo y después de realizar su rutina pos laboral me cargó sobre sus rodillas, como solía hacer, desempacó un libro y me dijo: ¡Te traje un regalo único, La Edad de Oro!.

 Tardé poco en entender  apenas el tiempo que tomó la lectura de Meñique la importancia  que ella le daba a la obra. No se si fue por la vehemencia de la lectura o por aquel brillo que irradiaban de sus ojos mientras leía, pero ese día me hice amigo de Martí.

 Durante un tiempo tuve una motivación adicional para esperar sentado en el muro del portal su llegada. Una y otra vez repetimos la rutina hasta agotar el texto, varios meses después. Pero fue suficiente para, entre una y otra, adentrarme en la vida de un gran hombre.

Un día, no recuerdo ahora el año, por el televisor, entonces en blanco y negro, trasmitieron  la clásica imagen del Apóstol   mientras era herido de muerte por una bala española encima de su caballo blanco. Era, eso no puedo olvidarlo, un 19 de mayo.

 Todavía tengo muy vívido ese momento. A lo largo de los pocos años que me involucré con su obra, nunca me pregunté que había sido del hombre capaz de escribir algo tan hermoso, hasta que choqué con la realidad.

 Entonces le pregunté a mi abuela, ya eso ella me lo contó años después, por qué decían que había muerto y su respuesta me permitió profundizar en la historia de un hombre que apenas con 42 años de edad dejó un legado inmortal para su pueblo.

Con el tiempo  comprendí que mientras algunos pasan por la vida sin dejar huellas, otros son capaces de alcanzar la inmortalidad. A estos últimos pertenece José Julián Martí Pérez.

¿Cómo puede morir una persona que a diario es  de obligada referencia? ¿Cómo comprender que un 19 de mayo, cayera combatiendo en Dos Ríos y reapareciera  casi un siglo después como el autor intelectual del Asalto al cuartel Moncada en 1953?

La respuesta es sencilla, para hombres como Martí no existe la muerte.  Por él habla su vida, sus discursos, su palabra encendida llamando a la independencia de Cuba, que cada día se renuevan en el pensamiento inquieto de otros hombres dignos dispuestos a beber de la savia de su legado.

A lo largo de mi vida crecí con la figura de Martí a la vera de mi existencia.  Y mientras crecía el José Martí que conocí en la infancia evolucionó conmigo, me dotó de enseñanzas imprescindibles, me adentró en los sentimientos patrios.

 No es verdad que ese 19 de mayo de 1895 cayó en Dos Ríos. Para la Patria ese día  nació un símbolo y los símbolos trascienden a los hombres. Son eternos.

Etiquetas
José Martí
Fuente
Enrique Valdés

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