El bloqueo contra Cuba: El mayor crimen de guerra ejecutado contra un país en tiempo de paz. (Parte I)

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Hoy, cuando los agoreros del imperio vaticinan la inminente caída del proceso revolucionario con la asunción del nuevo presidente norteamericano Donald Trump, es bueno recordar que la verdadera guerra de Estados Unidos contra Cuba comenzó siglos atrás con el apetito anexionista de otros presidentes de esa nación y se reforzó a lo largo de los años con la política de hostigamiento y bloqueo económico, financiero y comercial impuesto casi al unísono del triunfo insurreccional del primero de enero del año 1959.
La historia de la humanidad tiene entre sus páginas más tristes las guerras de rapiña desatadas por las grandes potencias para apoderarse de vastos territorios y de sus recursos naturales y, entre las principales características de esas están las criminales prácticas asociadas a tratar de rendir a un pueblo por enfermedad y hambre cuando por las armas era imposible hacerlo.
Esa política, defendida y sustentada por la Doctrina Monroe, ha sido un intento de los gobernantes estadunidenses para tratar de mantener a la América Latina como su traspatio y disponer de ella a sus antojos. Por supuesto el caso de Cuba no es una excepción.
Y para ello se han valido de las mismas prácticas genocidas utilizadas por el emperador francés Napoleón Bonaparte durante su guerra contra Inglaterra en la primera década del siglo XVIII cuando hizo del llamado Bloqueo Continental la base principal de su política exterior.
En esa contienda, con la esperanza de arruinarla financieramente, impuso un sistema económico y comercial que excluyó a Gran Bretaña de todo intercambio mercantil con el resto de Europa.
Bajo esa misma línea, en fecha tan temprana como noviembre del año 1806, con el continente bajo su dominio, promulgó el Decreto de Berlín que consolidó las prohibiciones a sus aliados y a los países conquistados, de mantener cualquier tipo de relación comercial con ella.
Por si fuera poco un año más tarde emitió el Decreto Milán, el cual, en su objetivo expreso de destruir la economía británica y favorecer una posible invasión, endureció los términos del Decreto anterior.
Sin embargo las consecuencias para la población civil ajena al conflicto fueron tan crueles que las partes beligerantes se vieron obligadas a suscribir normas tendentes a aliviarlas.
Cualquier semejanza con la política empleada por Estados Unidos contra la Mayor de las Antillas, no es mera coincidencia sino una burda copia de las políticas napoleónicas. En consecuencia podemos preguntarnos a partir de estos preceptos ¿Es legal el bloqueo económico, comercial y financiero que por más de seis décadas sufre el pueblo cubano?
Recordemos, que con el nacimiento en el año 1863 de la Cruz Roja y del Derecho Internacional Humanitario se sentaron las bases para la formación de un estado de derecho, en el cual todas las partes se comprometían a limitar, en lo posible, los daños solo a objetivos militares.
Además los Convenios de Ginebra y de la Haya, respectivamente, dieron un paso positivo en ese objetivo cuando restringieron los medios y métodos de combate y obligaron a los firmantes a seguir sus reglas en caso de conflictos armados.
Pero el caso de Cuba escapa a esa lógica humanitaria. El enfermizo objetivo de rendir al pueblo de Cuba por hambre se remonta a la gesta independentista del 1995 cuando el secretario de Guerra norteamericano dictó las conocidas Instrucciones de Breckenridge, en la cual refería que… “la anexión inmediata de la Isla con elementos tan perturbadores y en tan gran número, sería una locura, y antes de plantearla debemos sanear ese país, aunque sea aplicando el medio que la Divina Providencia aplicó a Sodoma y a Gomorra.”
Es por ello, seguía el texto, que“ Habrá que destruir cuanto alcancen nuestros cañones, con el hierro y con el fuego; habrá que extremar el bloqueo para que el hambre y la peste, su constante compañera, diezmen su población pacífica, y mermen su ejército; y el ejército aliado habrá de emplearse constantemente en exploraciones y vanguardias, para que sufran indeclinablemente el peso de la guerra entre dos fuegos, y a ellas se encomendarán precisamente todas las empresas peligrosas y desesperadas. Resumiendo: nuestra política se concreta a apoyar siempre al más débil contra el más fuerte, hasta la completa exterminación de ambos, para lograr anexarnos la Perla de las Antillas….”
Desde entonces a la fecha la historia demuestra cómo de una manera u otra las ilegales políticas norteamericanas han dañado ostensiblemente a la población cubana.