Del bochornoso Zanjón al viril Baraguá

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Baraguá
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Al filo de 10 años de combates, sacrificios y muertes  parecía que la sangre derramada en la campiña mambisa sería en vano.  La sombra de una paz sin independencia y sin la abolición de la esclavitud traicionaba los principios que llevaron a Céspedes a iniciar la contienda de los Diez años en 1868. Pareciera que la Patria traicionada por los firmantes del bochornoso Pacto del Zanjón el 10 de febrero de 1878 hundiría en el fango la historia de tantas batallas y heroicidades escritas en esa década. Pareciera que la claudicación era el único camino.

Sin embargo emergió un Baraguá y el tratado de capitulación cedió ante la viril respuesta.  Antonio Maceo Grajales o simplemente el Titán de Bronce como también la historia lo conoce, salvó la dignidad de las armas cubanas, derrotadas más que todo por su falta de unidad, el caudillismo y el nefasto regionalismo, entre sus principales males.

En mi época de profesor de historia me enfrenté en numerosas ocasiones a una al parecer sencilla pregunta, ¿Por qué si Maceo no aceptó el Pacto del Zanjón la guerra terminó tan pronto?  La respuesta no es sencilla.

 Disuelta la Cámara de Representantes, sustituida por un Comité del centro que inconstitucionalmente usurpó funciones únicamente competencia del gobierno de la República en Armas y negoció la rendición con el general español Arsenio Martínez Campos, cortada la fuente de financiación de las tropas cubanas, sin el apoyo logístico de la emigración, fuertemente asediados por Estados Unidos y como secuela de las sediciones de algunos jefes militares, la continuidad de la guerra era  sencillamente casi imposible.

 Los males que durante 10 años se consolidaron en la beligerancia cubana ya eran tan profundos que tratar de vencerlos era una estúpida utopía.

 Sin embargo La Protesta de Baraguá marcó la diferencia. Contribuyó a posponer los sueños más que entregarlos en bandeja de plata al colonialista español, y, por encima de todo, evidenció la sentencia de muerte de la dirección burgués-terrateniente de la insurrección para dar paso a una vanguardia encabezada por jefes de  procedencia popular, nacidos al calor de la metralla y el cortar de los machetes.

 Aquel 15 de marzo del año 1878 en la parte del territorio oriental conocido por Mango de Baraguá Maceo replicó decididamente las intenciones de Martínez Campos “Guarde usted ese documento, que no queremos saber de él” el final es archiconocido ¡Muchachos, el 23 se rompe el corojo!.

 Si hoy se preguntara cuál fue la trascendencia histórica de aquella viril protesta sin dudas habría que mencionar la intransigencia revolucionaria significada por Maceo, el mensaje de que no todos los jefes militares y políticos aceptaron la oprobiosa claudicación, la consolidación de un pensamiento revolucionario y la reafirmación de la independencia como único camino para los verdaderos cubanos.

 Sin Baraguá no hubiera llegado el período de la Tregua Fecunda que, bajo el inmenso poder organizativo de José Martí propició que el 24 de febrero de 1895 la Isla oprimida despertara otra vez  bajo el Grito de ¡Viva Cuba libre! y con el decoro cabalgando en los corceles prestos a romper las cadenas de la explotación.

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Fuente
Enrique Valdés

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