“Tocar un sueño”

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Código de las familias
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Ufff, son 122 páginas-me dije-, y mucho tóner, mi impresora parece estar acostumbrada al ocio y se calienta cuando le pongo la “presión” de mucho trabajo –pero es que lo vale- me reafirmé. Después de 5 años de carrera, 3 de servicio social y entre una etapa y otra, 6 impartiendo docencia en esta materia, no hay carencia de papel ni de tinta que me fuera impedir tenerlo y hacerlo mío. Le di clic al botón de imprimir y le pedí perdón al santo del bosque por mi deseo indiscriminado de sentir correr las páginas entre mis dedos, mientras rezaba también, a la madre de todas las impresoras para que la mía se mantuviera “en talla” ante la misión que le encomendaba…

Después de 50, 70, 100, 122 páginas, ¡al fin lo tenía completo! Puse una presilla de patas gordas y lo armé, con el mismo cuidado de quien alista a un bebé para salir del hospital, esa coraza mágica de amor que lo prepara para enfrentarse al mundo por primera vez.

Así llegó el Proyecto de Código de las Familias a mis manos y la curiosidad me hizo temerosa antes sus páginas, las clases comenzaban y pronto me tocaría ser quien contestara las preguntas de otros que, como yo, también tienen curiosidad.

Fue comenzar a forrajear entre sus letras y entonces me vi: me encontré cuando pequeña, arropada y malcriada por mis abuelos, quienes no faltaron ni un día para llevarme a la escuela, los que me impulsaron a ser valiente y a declamar frente a cientos de personas los versos de Martí, esos viejitos que me recogían cada tarde con un beso, un dulce y un cuento.

Me vi con mi hermano en sus intentos infructuosos de promover en mí el espíritu deportivo, el deseo de montar bicicleta y la fantasía de ser bombera aquella tarde en el parque de la Maestranza. Mi hermano, hijo de una mamá distinta a la mía, con quien me peleé, reí, comparto profesión, dos sobrinos maravillosos y amigos, y a su mamá nunca se le olvida el pudín de coco de mi cumpleaños.

Me vi también tratando de dar mi opinión en casa con toda mi familia reunida, al principio no me hacían caso, pero entonces una vecina les enseñó a mis padres a escucharme, porque si bien- la niña no tenía razón, los niños siempre tienen “sus razones”-.

 Me vi disfrazada con los tacones de mi mamá y su beso protector de las mañanas, en risas interminables con los cuentos de mi papá que lejos de hacerme dormir, me ponían a soñar despierta.

Vi a mi tía de réferi durante mis conflictos adolescentes, sus regalos, sus rizas, su pelo ensortijado tan distinto al mío, su confianza en mí, todas las veces.

Nos vi convertidas en cuidadoras de mi abuela con Alzheimer, viviendo y sufriendo la experiencia. Vi a esos “tíos y tías” con quien nos une el cariño y la amistad, ayudar, aunque “el paquete” no fuera suyo. Vi también el abandono de personas que debieron quedarse en los momentos duros y huyeron, sin ser coherente con sus responsabilidades.

Me enamoré y planifiqué el futuro y lo desplanifiqué, porque decía Frida Khalo que donde no puedas amar, no te demores.

Vi a mis amig@s cuyos parientes han emigrados, pero nunca han podido estar más cerca en el corazón, más unidos.

Encontré a mi mejor amigo, gay sufriendo rechazo y después recibiendo comprensión y apoyo, porque el amor todo lo consigue, lo vi tener dulces y amargas experiencias y hace un tiempo me hizo jurar que en cuanto se pudiera, sería yo quien lo casaría, porque finalmente había encontrado a “la persona” (y es el cuñado más maravilloso del mundo).

La lectura del Proyecto me hizo recordar aquella amiga que tuvo que ir a Chile para someterse a un proceso de reproducción asistida, porque era una mujer soltera, la misma que a finales de este año celebra los 15 de su hijo y también a otra amiga de la primaria, que quedó estéril tras una paliza recibida por su esposo, solo porque se había incluido en un grupo de WhatsApp de viejos alumnos de la escuela.

También vi por ahí a la novia del amigo, cuya mamá había fallecido, pero la esposa de su papá erradicó todos los mitos acerca de las madrastras y el año pasado la acompañaba a la escalinata de la Universidad, enarbolando su título de oro, con el brillo en los ojos que solo provoca el amor verdadero.

Todavía no he terminado la lectura de este material, pero encontré también en él, el espíritu emancipador y de lucha de mis profesores, quienes han sabido batallar cada línea, cada artículo, para que esta norma, se parezca a la historia de mi vida, de la vida de mis amigos, para que prevalezca el amor por encima de egoísmos individuales. Porque un Código de las Familias como el que hoy se propone es el legado de nuestros abuelos, de quienes han roto estereotipos y convenciones por el bien de todos. Yo me lo merezco y ustedes, también.

Etiquetas
Código de las Familias
Fuente
Mirell Medina Llerena

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