17 de abril de 1961: El presagio de la victoria

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Autor: Ventura de Jesús

En uno de sus mayores instantes de inspiración, el poeta Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, convirtió en poesía aquel triste pasaje cuando escribió Elegía de los zapaticos blancos, una de las crónicas más conmovedoras sobre los sucesos de Girón

El 17 de abril de 1961 fue el último día que Nemesia Rodríguez Montano vio con vida a su madre, una de las primeras víctimas de la invasión mercenaria; «cenaguera humilde, de buen corazón, incapaz de matar una mosca», rememora.   

Tras el zarpazo de los mercenarios en las primeras horas de aquel 17 de abril, por las arenas de Playa Girón, la familia de Nemesia, como otras muchas residentes en la sureña región, fue conminada a evacuarse hacia Jagüey Grande, el pueblo más cercano a la zona de desembarco, para proteger, sobre todo, a los niños.

Poco después de la partida, desde un sitio en los alrededores de la localidad de Soplillar, y antes de conseguir el camino de enlace con Jagüey, la metralla de la aviación alcanzó el vehículo donde viajaban y se cobró la vida de la madre, además de herir a dos de sus hermanos y a su abuela. 

En uno de sus mayores instantes de inspiración, el poeta Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, convirtió en poesía aquel triste pasaje cuando escribió Elegía de los zapaticos blancos, una de las crónicas más conmovedoras sobre los sucesos de Girón.

No fue la única historia aciaga provocada en aquel desesperado intento del imperio por ahogar el ejemplo de la Revolución Cubana. La invasión trajo la consternación a otras muchas familias cubanas.

La brigada de mercenarios, bien organizada, suficientemente armada y con un buen apoyo, no imaginó encontrarse con el empuje de un pueblo gallardo y decidido a defender a la naciente revolución.

El valor y la firmeza de los milicianos y del pueblo en general confirmó el presagio de la victoria cubana tan temprano como el propio 17 de abril, un triunfo que se proclamaría, definitivamente, apenas unas 70 horas más tarde.

Nemesia, una mujer orgullosa de la Revolución, que se puso a salvo en aquellos días, vuelve por momentos a verse a sí misma junto a su amada familia, y siente el crujido que llegó del cielo para apagar la vida de su mamá. Piensa que solo por esa crueldad, los mercenarios no podían conseguir su propósito.

Más tarde supo que, pocos meses antes de la invasión, un contingente de maestros voluntarios había sido dispersado por la Ciénaga, y que se abrieron escuelas en casi todos los bateyes. En total, 300 hijos de campesinos de la región se encontraban estudiando en la capital.

La Revolución era aún muy reciente, pero ya para entonces, la Ciénaga había empezado a cambiar.

Tomado de: Periódico Granma

lp/minjus

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