¡Madres!
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Este es un domingo igual a los cotidianos, pero a la vez es completamente distinto. Vaya paradoja que se antoja en magnificar, no siempre en su justa medida, el rol de las madres en la construcción de este bello y complejo proyecto de país.
No voy a referirme a madres ausentes, tampoco a las presentes. Solo voy a hablar de Madres. Esas que sea cual fuere su condición nos impulsan por la senda del buen camino, las que se sientan a llorar, aun cuando nadie las ve, en medio de las adversidades, pero a la vez levantan el ceño y te incitan a seguir hacia adelante.
Madres que sin importar edad, religión o sexo te arropan en su seno, te acarician el cabello – aunque sea en la distancia- y brindan el reposo tan necesario en tiempos turbulentos. Son esas mismas madres que en la mañana se visten de obreras, técnicas o ejecutivas para salir a amantar el futuro y ya casi en la noche regresan a retomar ese otro ropaje hogareño también repleto de anhelos insatisfechos.
Hoy, segundo domingo del mes de mayo, festejamos el Día de Las Madres y lo hacemos con esa sonrisa que no nos abandona ni en los peores momentos, porque aunque los días no sean propicios para regalos caros, o simplemente para regalos, el valor de un abrazo, un beso, una flor o simplemente un Te Quiero gritado desde el interior del silencio desgarrador y cómplice es suficiente para reconocerle el imprescindible rol que desempeñan en la construcción de nuestras vidas.
Sabemos que un día es solo una ínfima porción de tiempo, pero también puede ser una eternidad si en cada uno de los momentos del año tenemos presente que para honrar a nuestras madres más que esa eternidad solo basta el presente cotidiano.