El crimen de Barbados y el llanto perenne de un pueblo enérgico y viril

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El día amaneció aplomado, gris, triste, y aunque solemos decir que es el estado de ánimo quien califica el momento, este realmente está así porque para la casi totalidad de los cubanos la pérdida de más de 70 personas a consecuencia de un acto terrorista no nos permite mirar la mañana de otra manera.
Nunca he podido olvidar aquel 6 de octubre de 1976. Agentes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA por sus siglas en inglés) de Estados Unidos, volaron en Barbados un avión civil en pleno vuelo, despedazaron los cuerpos de seres humanos inocentes, cercenaron los sueños de decenas de familias y enlutaron para siempre al pueblo cubano.
Esta mañana, como suele sucederme en los últimos 50 años, evoqué aquellos tristes y dolorosos acontecimientos, ¿Cómo olvidar aquellos días de dolor multiplicado? ¿Cómo posponer las ansias de una justicia que jamás llegó porque los autores materiales, Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, murieron tranquilamente en el seno del imperio sin pagar jamás por este ni ningún otro crimen?
Pienso también en cada uno de los familiares de las víctimas, en los padres que lloran la pérdida, en los esposos desgarrados ante fotos que atraparon los ya momentos irrepetibles, en los hijos que crecieron sin el apoyo, la guía y el sostén de uno de sus principales pilares.
Barbados duele a cada cubano que ame a su patria precisamente porque, a pesar de las cinco décadas transcurridas, todavía el odio imperial que motivo la “hazaña”, como calificaron algunos de los criminales el deleznable acontecimiento, se mantiene intacto.
Hoy los autoproclamados campeones de los derechos humanos y ahora amantes de la paz- de los sepulcros pudiera agregarse- no cejan en el constante empeño de tratar de sentar a Cuba en el banquillo de los acusados sin ninguna prueba, mientras que ellos, los verdaderos terroristas permiten sin ningún recato que desde su suelo se organicen e inciten acciones tan crueles y criminales como la de Barbados y refuerzan un bloqueo económico, financiero y comercial para tratar de matar de hambre y enfermedades a millones de personas.
Barbados es hoy un símbolo de la criminal política yanqui contra Cuba, de su hipocresía, de sus verdaderos propósitos. Por eso duele tanto. No importa si quienes cayeron víctimas de esa política genocida fueron deportistas con un brillante futuro, ni tampoco porque ese equipo juvenil de esgrima ganó todas las medallas de oro en disputa en un torneo regional, Barbados duele más que todo porque la sangre inocente vertida le arrebató a la madre patria una parte importante de sus hijos.
Este 6 de octubre es momento para reflexionar acerca de la peligrosa situación creada por la acumulación de fuerzas agresoras en el Caribe por parte de Estados Unidos, donde radican los autores intelectuales de hechos como la voladura del avión cubano, quienes nuevamente están dispuestos a derramar sangre cubana o latinoamericana si con eso consiguen sus propósitos de doblegarnos. Olvidar esta lección sería muy peligroso.
Quizás por esa razón vuelvo a verme aquel 15 de octubre de 1976 en una Plaza de la Revolución que quedó pequeña para la multitud que acompañó al acto de despedida del duelo de las víctimas del “sabotaje más efectivo realizado contra Castro”, como declarara cínicamente al Miami Herald Posada Carriles el 10 de noviembre del año 1991.
Y entonces observo a la figura de nuestro invicto Comandante en Jefe, quien con el rictus de dolor e ira en su rostro inició aquella memorable despedida simbólica de los restos de los cubanos asesinados.
Fue ese un día de reafirmación revolucionaria. Con sentimientos encontrados aplaudimos a Fidel, apoyamos sus palabras y como él sentimos dolor y rabia. Y lloramos. Todavía busco en la memoria y sin dificultad encuentro los rostros ajados y las lágrimas rodando por las mejillas de muchos compatriotas.
Por eso el cierre de tan encendido discurso no pudo ser diferente, Fidel resumió de manera magistral aquel memorable instante que hoy mantiene total vigencia: “No podemos decir que el dolor se comparte. El dolor se multiplica. Millones de cubanos lloramos hoy junto a los seres queridos de las víctimas del abominable crimen. ¡Y cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla!