Un domingo como ningún otro
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Desde hace unos años este Día de las Madres me provoca sentimientos encontrados. Miro al entorno y en ocasiones logro contagiarme con la alegría de esos pequeños que, como magos de quinta, sacan malamente de debajo de las axilas el regalo escondido.
Pero después, en la paz de la soledad interior, pienso en tiempos remotos, muy remotos, en los que también jugué a los regalos escondidos o, ya más para acá, simplemente en los que gocé de la posibilidad de entregar un regalo. Cualquiera que fuese.
Y en medio de ese golpe de nostalgia, recuerdo los quebraderos de cabeza para tratar de comprar a tiempo ocho o nueve de igual categoría para no herir sensibilidades y de, cual matemático de lujo, tratar de dividir la jornada de este segundo domingo de mayo en tres o cuatro partes similares.
Por esos años no sabía cuan feliz era. No pude en medio de la inexperiencia y de la prisa valorar en toda su cuantía el caudal de amor que involucraba a cada una de las signatarias de aquellos simples presentes.
Poco a poco comenzaron a disminuir las compras. Ya no era necesario dividir en tantos pedazos el tiempo y, ahora constato con dolor, desde cada uno de esos instantes comenzó a faltarme también un pedazo de vida.
Ahora ya no compro regalos, la jornada se me hace larga, inmensa, y después de las risas infantiles, las ausencias pesan.
Pienso en tantas cosas que me quedaron por decir a cada uno de mis grandes amores y entonces trato de inventarme un método para comunicárselos, pero la utopía muere donde empieza la realidad y ninguna lápida fría puede trasmitir un mensaje de amor, ni aliviar las angustias de años de heridas abiertas.
Hoy, Día de las Madres es un día contradictorio. Sin embargo después de las reflexiones internas opto por vivir, por trasmitir una alegría que tal vez no sienta, pero que resulta necesaria para que las personas que te rodean tengan motivos para festejar. El duelo eterno es el que no se exterioriza porque se alimenta de lo más profundo de la conciencia.
Hoy, también es un día para felicitar a nuestras compañeras de labor, a quienes cargan en sus brazos el futuro y a las que ya sienten la necesidad de que este las ayude a andar. A quienes miran con sana envidia un vientre mientras crece y a las que comienzan a desandar ansiosas ese camino.
En fin, después de todo es un día feliz, porque el amor de madre es tan grande que no cabe en el reino de la muerte.