Las explosiones del Vapor La Coubre

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Uno de los tantos crímenes del imperio contra Cuba todavía impunes

La tarde del 4 de marzo de 1960 estaba en el entonces cine Norma en la Calzada de Luyanó cuando una terrible explosión desplomó parte del sitio y el pánico cundió.

 Por aquel entonces tenía apenas siete años y mi primer impulso fue el de huir del lugar, pero mi abuela decidió esperar la salida del tumulto.

 Ya en la calle todos se preguntaban qué había pasado hasta  que vimos una fuerte humareda a lo lejos y poco después escuchamos una segunda explosión.

Quienes hoy peinamos canas nos estremecemos con las dantescas imágenes de las víctimas de la explosión del vapor La Coubre, incluso en las variadas ocasiones en la que volví a ver aquella película de Cantinflas El Bolero de Raquel, siempre en la escena de colgar la piñata en el solar, quizás por asociación, recordaba o esperaba una explosión similar. Eso no lo superé nunca.

Qué pensar entonces de aquellas personas que sufrieron en carne propia el odio imperial y de los familiares de los desaparecidos que cada cuatro de marzo acuden al sitio a rememorar a sus seres queridos.

Recuerdo que durante el ejercicio de mi profesión un día cubrí uno de esos actos. Y realmente fue impactante. Una madre me narraba cómo de su hijo tan solo encontraron pedazos y uno de los padres presentes tan solo atinó a decir que el bárbaro acto de terrorismo de Estados Unidos despedazó también a cientos de hogares y a miles de familiares que aún claman por una justicia.

El salvaje atentado lo organizó el gobierno de Estados Unidos presidido por Dwight Eisenhower y lo ejecutó la Agencia Central de Inteligencia (CIA) por sus siglas en inglés. ¿Su objetivo? Muy simple tratar de atemorizar al pueblo que masivamente apoyaba al proceso revolucionario e impedirle el acceso a las armas para la defensa.  

Pero no lograron su objetivo. Después de la segunda explosión, que dejó latente el peligro de una tercera, lejos de amilanarse cientos de cubanos se adentraron en el dantesco infierno de plomo, llamas y sangre, para salvar heridos o extraer cadáveres. Y cuando un pueblo desafía de esa manera el peligro no hay miedo que lo coarte.

 Por el contrario a lo esperado esos actos de terrorismo de estado consolidaron el sentimiento antiimperialista del pueblo y  contribuyeron a radicalizar el proceso,  quien todavía lo dude lo invito a hojear las páginas de aquella historia y constatar cómo en aquella multitud que acompaño al cortejo fúnebre hasta la necrópolis Cristóbal Colón, lo hicieron con la certeza de que morir por la patria es vivir.

 Búsquese también el discurso de nuestro Fidel en tribuna improvisada encima de la cama de una rastra en la intersección de la calles 23 y 12,  desde donde lanzó al mundo por primera vez la firme consigna de !Patria o Muerte!

Del criminal sabotaje queda el Monumento a sus víctimas como un recuerdo vívido de la terrible agresión, pero más que todo queda ese sentimiento de dolor e impotencia de no conocer los detalles de tan tenebroso crimen y de saber que los asesinos no pagaron nunca, porque el gobierno de Estados Unidos mantiene clasificados todos los documentos relacionados con el caso y se niega a hacerlos públicos.

Si nada tienen que esconder ¿Por qué no esclarecer los hechos y darle paso a la justicia?

Ese es uno de los tantos crímenes contra el pueblo de Cuba todavía impunes

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Enrique Valdés

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