Un crimen fraguado y ejecutado por el Gobierno de Estados Unidos

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El cuatro de marzo del año 1960 fue un día aciago para nuestra historia patria. Quienes hoy peinamos canas  todavía nos estremecemos con las dantescas imágenes de las víctimas del sabotaje perpetrado contra el vapor francés La Coubre.

 Recuerdo que en una ocasión, en funciones periodísticas, asistí a  uno de los actos de recordación de la fecha. Me impresionó el dolor de los familiares, la indignación por el abominable crimen, pero sobre todo la rabia perenne ante la impunidad latente.

Aquel terrible día, pasadas las tres de la tarde, una fuerte explosión enlutó, de inicio, cientos de hogares cubanos. A ciencia cierta nadie sabía lo ocurrido, sin embargo la mayoría de la población corrió en dirección hacia la Bahía de La Habana donde se produjo el hecho.

 La segunda detonación, casi media hora después, encontró a un mar de pueblo en pleno desafío al peligro, en labores de rescate.  Nuevas víctimas. Más hogares enlutados.

 Según estadísticas de la época, el atentado terrorista cobró la vida de más de 200 personas, mientras otras 200 sufrieron graves heridas, e incluso el impacto fue tan severo que solo pudieron recuperarse restos de 100 cuerpos mutilados.

 Aunque la parte norteamericana se empeñe en negarlo, las evidencias involucran en la acción al gobierno de Dwight Eisenhower y al brazo ejecutor  de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) por sus siglas en inglés.

 Entre los objetivos que perseguía estuvo el de tratar de evitar que la Isla contara para defenderse de la inminente agresión yanqui con  las granadas y fusiles que venían en el vapor, pues para nadie es un secreto que las altas autoridades norteamericanas presionaron desde el inicio al gobierno belga para evitar la venta.

 Y esto no es mera elucubración de este redactor.

 Según informe del inspector general de la CIA, Liman Kirkpatrick, publicado el día dos de marzo del año 1998 en El Nuevo Herald, el proyecto de derrocar a la Revolución Cubana, o a Castro, como solían decirle al Comandante en Jefe, se había convertido en una importante actividad de la CIA con la más alta aprobación política.

 Esta y otras evidencias acopiadas durante años de investigación, permitieron al Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, asegurar en la Conferencia Académica Girón 40 años después, efectuada en La Habana en marzo del año 2001, “ que no cabía duda de que el barco había sido saboteado, que aquello no era un accidente cargando una caja de granadas antitanque que estaba allí… Había la total convicción de que sí había sido un sabotaje, y era obra de la CIA.”.

 La acción terrorista falló en su propósito. El pueblo cubano, con su líder al frente, lejos de atemorizarse consolidó su vocación antiimperialista y la convicción de que la sangre derramada no podía perderse en concesiones inútiles al asesino.

 Del criminal sabotaje, además del hermoso monumento a las víctimas, queda ese sentimiento de dolor e impotencia de no poder conocer a fondo los detalles de tan tenebroso crimen (algo muy bien guardado en los archivos norteamericanos), y el conocer que sus perpetradores, aupados por el imperio, no pagaron nunca por sus crímenes.

 Han transcurrido 63 años de aquel suceso.  Sospechosamente Estados Unidos mantiene bien lejos de la opinión pública los documentos que pudieran arrojar luz sobre el crimen lo cual obliga a preguntarse ¿Por qué ese temor a esclarecer los hechos y darle paso a la justicia?

 La respuesta es obvia.

#Tenemos Memoria

Etiquetas
Explosión del Vapor La Coubre
Fuente
Enrique Valdés

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